martes, 7 de junio de 2011

¿Y después de la guerra?

¿Estamos en guerra? ¿Sí? De acuerdo. Si es así, entonces el conflicto tiene que terminar. En un sexenio, en treinta o en cien años pero tiene que terminar. Nuestra guerra. Al respecto, ¿alguien le ha explicado a quienes la iniciaron lo que ocurre cuando una guerra termina? Lo más probable es que no. Precisamente por ello vale la pena plantearse algunas preguntas. ¿De verdad hay quien piensa que un buen día alguien leerá un edicto que dé por finalizadas las hostilidades y logre que todo vuelva a la normalidad? ¿Que los combatientes regresarán tranquilamente a sus hogares como si nada hubiera ocurrido?



En realidad, lo que suele ocurrir con las guerras es que producen una generación perdida: vivo o muerto, nadie sale indemne. Cuando una persona es sometida durante meses o años a la presión de matar o ser asesinado nada vuelve a ser como antes. La percepción de la vida y del entorno cambia para siempre: todo es una potencial fuente de peligro. En muchas ocasiones el retorno a una rutina productiva y satisfactoria acaba por resultar imposible. La capacidad de identificarse con el resto de la sociedad se pierde y en su lugar puede aparecer un recelo hacia los demás acompañado de una sensación de no pertenencia y de aislamiento emocional que llega a impedir la construcción de nuevos lazos afectivos con otras personas.


¿Quiénes participan en una guerra? Los jóvenes, en su mayor parte. Los jóvenes que son más susceptibles a todo tipo de daño psicológico. Los jóvenes que deberían estudiar, trabajar y relacionarse constructivamente con otras personas para convertirse en individuos aptos para vivir en sociedad. En su lugar, lo que las guerras suelen generar son hombres debilitados física y mentalmente, seres humanos dañados a quienes se les negó la oportunidad de alimentar su mente y espíritu y que una vez finalizada la conflagración corren el riesgo de no conocer otras pautas de comportamiento que aquellas matizadas por la violencia.


Las guerras sustituyen los sueños por pesadillas (literalmente) y la capacidad de gozo por neurosis (también literalmente). Realmente no hay sensación de victoria que pueda sanar una mente abatida por los horrores vistos, sufridos o cometidos durante una guerra. Eso no se menciona en la propaganda oficial. Tampoco se explica que, paradójicamente, los combatientes son los primeros en ser excluidos de una sociedad cuando ésta ha dado por finalizada sus luchas militares.


¿Alguien ha pensado en lo que una guerra produce en las familias de los beligerantes de ambos bandos? ¿En sus cónyuges y en sus hijos? ¿Quién se va a comprometer a apoyar moralmente a los sobrevivientes cuando todo acabe? ¿Qué es peor para unos padres, la certeza de un cuerpo o la incertidumbre de un desaparecido? ¿Qué hace más daño, una herida de bala o el recuerdo de un evento de sangre imposible de ser borrado de la memoria? De acuerdo. Estamos en guerra, pero hay quienes tendrían que preguntarse: ¿y después de ella?