jueves, 19 de mayo de 2011

Desenterrar las fosas

Fosas clandestinas. La última manera de negarle la identidad a alguien después de morir, de pretender que nada ocurrió. Fosas. El método de los paramilitares serbios; de la SS en Polonia; de los gobiernos militares en El Salvador; de los genocidas otomanos durante la Primera Guerra Mundial; de los Khmer Rouge en Camboya; de los señores de la guerra en África. Los móviles son múltiples pero el propósito final acaba siendo el mismo: pretender que los muertos no existieron, ni antes ni después.



De manera general, la crueldad de los seres humanos parece siempre estar latente, contenida la mayor parte del tiempo por factores externos que en cualquier momento pueden debilitarse dando paso a las conductas más deplorables.

Quien extermina no ve a los otros como sus semejantes: sus víctimas no pertenecen a la categoría de “persona” y por lo tanto son absolutamente prescindibles.


El proceso de eliminación se repite una y otra vez en la medida en que el grupo ejecutor (usualmente no se trata de personas aisladas) integra su visión de los demás a un esquema de pensamiento en el que cualquier acción violenta es justificable. Se puede matar según sea “necesario”, entendiendo que la “necesidad” es en estos casos altamente adaptable al objetivo inmediato deseado.



El resultado final es una voluntad de exterminio incontenible, una necrofilia en el más puro sentido que Erich Fromm le dio al concepto: un rechazo esencial de lo vivo y lo complejo a favor de un deseo por lo inanimado y lo descompuesto.


Cuando la cohabitación con la violencia se prolonga lo suficiente se corre el riesgo de referirse a la supresión de otro ser humano en términos del eufemismo que para la ocasión se escoja. Las cifras parecen dejar de tener importancia: 180, 40 mil, 1 millón. Stalin lo expresó mejor que ningún otro asesino en masa: “La muerte de una persona es un hecho trágico, pero la muerte de un millón es simple estadística.” Triste combinación de palabras que pretende amparar la idea de que la muerte pierde sentido en proporción al número de veces que ocurre.


Los exterminios masivos pueden ocurrir en cualquier región del mundo, pero no en cualquier sociedad. Su existencia demanda de un ambiente muy particular para su desarrollo y ocultamiento. El grupo perpetrador debe lograr primero un empoderamiento psicológico y logístico de manera que ninguna posible consecuencia lo desaliente. A partir de ese momento todo es posible.


Desenterrar las fosas se convierte en uno de los primeros pasos para enfrentar la tragedia. Pero también adquiere dimensiones simbólicas. Es devolverle su historia a quienes fueron despojados de todo. Es negarse a olvidar y aceptar que aquí sí ocurre algo.