martes, 10 de mayo de 2011

Psiquiatría y redes sociales

Conforme las formas de convivencia y los hábitos sociales cambian surgen conductas susceptibles de ser calificadas como patológicas y nuevos procesos diagnósticos hacen su aparición. Al respecto, en los últimos meses he visto en el consultorio a personas que pasan buena parte de su día frente a una computadora por razones diferentes al trabajo. Específicamente, la mayoría de estas personas consumen su tiempo en el paisaje “virtual” de las redes sociales.

He notado que las personas que se desenvuelven con soltura en el contexto de la interacción “social” en Internet lo hacen, en general, suficientemente bien en un ambiente “real”. Por otro lado, quienes suelen presentar dificultades de larga evolución para socializar y que en teoría podrían encontrar en la red una manera de hacerse presentes frente a otros individuos, a fin de cuentas tampoco se convierten en participantes particularmente hábiles de las redes sociales.
La primera pregunta que nos vemos obligados a contestar es qué tan “real” puede ser lo “virtual”. Una respuesta aproximativa sería: tanto como lo deseemos. Sin embargo, ¿por qué habría de desear alguien que lo “virtual” fuese tan intenso como lo “real”? La insatisfacción sería una buena razón.
Una segunda pregunta es en qué punto las conductas que permiten la experiencia “virtual” (por ejemplo, la navegación por la red) se convierte en “anormales”. Un criterio útil es el de la “parcialización”: el momento en que, de toda la gama posible de conductas satisfactorias, es una la que predomina en detrimento de la experiencia de bienestar o de la funcionalidad general del individuo.
Debo aclarar que no me parece que la comunicación “virtual” interfiera per se en las habilidades para interactuar con otros seres humanos. Al contrario. La excepción son los casos de quienes le atribuyen a la vivencia de lo “virtual” características que sólo son propias de un contacto interpersonal enriquecedor de índole “tradicional”: calidez, reciprocidad, empatía, etc. De esta manera, un nickname puede llegar a transformarse en el equivalente anómalo de un otro diferenciado capaz de generar la satisfacción que únicamente la experiencia humana puede proporcionar. En dichas circunstancias corremos el riesgo de convertir la etiqueta en persona.